Tuesday, August 12, 2008

Las tortillas de harina de la Dama de La Hacienda

(Ver hacia abajo para ver la receta--Tortillas de harina.)

La tortilla de harina ha llegado a ser la más reciente víctima de la corrección política, y estoy dependiendo de ti que la rescates de su destino insípido y triste. ¿El usar la grasa vegetal en vez de la manteca de puerco o de tocino de cerdo? Por favor, no. Te pregunto, ¿qué tienen de malo? Contrario a la opinión popular, ninguno es tan terrible. Si, son altas en grasas saturadas, pero desemejante de la mayoría de grasas vegetales, no contienen ni una iota de grasas ácidas trans—tú sabes, esos productos químicos y repugnantes que producen los radicales libres, que alternadamente causan el cáncer y nos hacen viejos y arrugados antes de nuestro tiempo. Es cierto, algunas grasas vegetales no contienen grasas ácidas trans, pero eso no quita el hecho que no tienen nada de sabor. Escúchame cuando te digo que tiene todo que ver con el sabor. Y, Doña Catalina nunca le hubiera puesto aceite parcialmente hidrogenado o fosfatos sabedequé en sus tortillas de harina.


Una mujer media imponente, nacida en Sonora, ella era la madre de una docena de hijos, ocho de ellos varones. Doña Cata hacía unas tortillas bien hermosas y perfectamente redondas. Sus tortillas siempre tenían pedacitos minúsculos de tocino y de carnitas que los hacía deleitables. No pienso que la mayor parte de sus tortillas llegaban a la mesa del comal (plancha) antes de que uno de sus muchachos arrebatara una, le ponía mantequilla, y se la comiera en tres mordidas.

Una vez, ella ofreció enseñarme cómo hacerlas, pero nunca acepté su oferta— muchacha mensa. Porque Doña Cata no era tan solamente buena para hacer tortillas; todo lo que cocinaba era realmente sabroso. ¿Rehusaría un artista pasar la tarde pintando con Picasso? Claro que no. Pero eso es lo que hice por decirlo así—algo de la cual me arrepiento de no haber hecho.

Si había algo que le hacía extremadamente feliz a Doña Cata era cuando tenía a todos sus hijos a la casa, con más de 25 nietos correteando por todos lados. Allí presidía como La Dama de la Hacienda, instruyendo a las mujeres jóvenes en cómo preparar los tamales. Nuestra asistencia era obligatoria, puesto que para ella la alimentación de los hombres y de los niños era cosa seria. Ella sabía mejor que nadie que la buena comida y los buenos ratos pasados entre la familia era esencial para el amor y la unidad.


Como una osa cuidando a sus cachorros, ella velaba sobre las actividades de su familia, exhortando, persuadiendo, y hasta a veces amenazando, cuando ella percibía que cualquier de sus hijos o nietos andaba en malos pasos—no importaba si eran adultos o no. ¿Qué le importaba los supuestos derechos de autodeterminación cuando el bienestar de uno de sus seres amados estaba en peligro? Ni siquiera un chile jalapeño. Sin parpadear, le dijo a David, un amigo de sus hijos menores, que valdría más que no se juntara con sus hijos porque él era mala compañía. Sus hijos andaban furiosos pero ella no se conmovió. También era especialmente vigilante cuando sus hijos traían a un novio o a una novia a casa.


Era un día bien caloroso del verano, cuando uno de ellos trajo a una muchacha a una fiesta donde todos los parientes estaban presentes. Era una muchacha con músculos grandes que se reía a carcajadas. Puso un pie sobre una banca mientras casi abría la tapadera de una botella de cerveza con los dientes, tomándosela con los hombres. Siempre una dama, Doña Cata, no dijo nada, pero se quedó mirándola con esos ojos verdes de la misma manera que un gato se queda mirando a un topo que no sospecha nada.


Después de una hora, su hijo llevó la muchacha a su casa. Cuando regresó, la primera cosa que le preguntó a su mamá era, “¿Cómo te pareció Fulanita?”

No me la vuelvas traer aquí a la casa. No la quiero ver.”

Caramba. Pero, ¿por qué no?”


Porque la correa de su brasier está sucia.”

Y nunca más vimos a esa muchacha, porque se fue al Cementerio de Elefantes Donde Van Las Ex Novias.

De repente se me ocurrió que por una razón u otra yo había ganado la entrada a un club exclusivo. Me casé con uno de sus hijos, y si yo no hubiera ganado la aprobación de esa mujer, bueno, no estuviera aquí ahora contándote su historia.

Ella esperaba, sí, exigía cosas grandes de sus hijos. No eran suficiente el tener las buenas calificaciones y mucha escuela. (“Si eres un tarugo sin escuela, eso es una cosa. Pero si eres un tarugo con escuela, no hay esperanza para ti,” dijo ella una vez.) Ella esperaba que sus hijos mostraran todas las cualidades que ella misma mostró toda su vida, cosas como la decencia, el honor, la fe en Dios, el trabajar duro, la generosidad, especialmente para con los pobres, la hospitalidad, la lealtad y el amor—para los amigos y los miembros de la familia, para los hijos, para el compañero o la compañera de la vida, para uno mismo. El valor en frente a la desaprobación. El respeto.

Ella y su esposo, Don Rafael, llevaron una vida tan auténtica como sus tortillas de harina. Eran personas simples, sin esos horrorosos “ingredientes artificiales”. No todos la querían—la gente mala la odiaba. Ella estaba muy bien con eso, porque, francamente, le daba igual.

Una noche, su nieta y su marido pasaron la noche con ella. Todos juntos cantaron las canciones de su juventud, las de Javier Solis y Miguel Aceves Mejilla. Después se fue a dormir, pero nunca despertó.

Donde está enterrada, sus hijos pusieron una placa de mármol que lleva el epitafio—Una Gran Mujer. Sí lo era.

Las tortillas de harina de la Dama de la Hacienda

(Haz clic aquí para ver la versión imprimible de esta receta.)

La primera cosa que tienes que hacer es guardar todas la manteca de puerco o de tocino y guardarlas en el refrigerador. Tienen que estar completamente sólidas, sin un poquito de agua. Es mejor usar la harina de la marca “Harina La Piña”, pero una harina blanqueada de una consistencia bien fina es aceptable. No uses un rodillo con agarraderas. Es mejor usar un rodillo sin agarraderas porque por una razón u otra trabaja mejor. Usa la palma de tus manos para hacer las bolas de masa para hacer las tortillas.

Los ingredientes:

3 tazas de harina

1 1/2 cucharadita de levadura en polvo

1/2 cucharadita de sal

1/2 taza de manteca de puerco, o de carnitas, o de tocino

2 tazas de agua hervida

Direcciones:

En un tazón grande, mezcla todos los ingredientes menos el agua. Usa tus dedos para incorporar la manteca. Agrega el agua poco a poquito y mezcla con la harina con una cuchara grande. Pon un poco de harina sobre una superficie plana y ponle la maza. Amásala hasta que ya no esté pegajosa. Ponle un poco mas de harina si es necesario. Ahora haz una bolas (entre más grandes las bolas, más grandes las tortillas). Pon las bolas en el tazón grande y espera unos 10 minutos.

Otra vez riega harina sobre la superficie plana . Aplasta las bolas con la palma de tu mano. Usando el rodillo, comienza del centro para fuera, y continúa la rotación hasta que estén tan gordas o tan delgaditas como quieras.


Ahora pon la tortillas sobre un comal (una plancha) mediano-caliente, y cocínalas hasta que aparecen bombitas, menos de un minuto. Voltea la tortilla al otro lado. Mantén calientitas las tortillas con una toalla hasta que estén listas para comer. Ponle un poco de mantequilla a tu tortilla y cométela en tres mordidas.

5 comments:

tartasacher said...

Hola La Traductora:
Me alegro que mi receta de la horchata te haya traido buenos recuerdos. Me encanta esta receta de las tortillas de harina y todo tu blog. Es precioso y todo delicado y delicioso como siempre. Un beso muy fuerte.
Gracias mil

Anonymous said...

Wow! ¡Parece que estas hablando de mi abuelita!
Me encanto tu relato, y me trajo muchos recuerdos de la grandiosa mujer que fue mi abuelita, y que siempre será en mi mente y en mi corazón.
Gracias por compartir tan linda escritura.
~A.R.

Clementina said...

Gracias A.R. por lo que me has escrito. Creo que la gran mayoria nuestras abuelitas y madres son, o fueron, gran mujeres. Creo que nunca deberiamos olvidar las lecciones que nos han ensenado, sea sobre la cocina o de la vida.
Saludos!

K said...

Muy linda narracion. Me recuerda a mi abuelita, 9 hijos varones y una hija mujer, mi mama. Asi como tu recuerdas sus tortillas de harina yo recuerdo sus enchiladas rojas y tengo mucha añoranza por todas sus historias.

Clementina said...

Gracia, K.
Me encanta que te haya gustado.
Saludos!
Clementina