Wednesday, July 2, 2008

Nada de arroz para El Cucuy

(Ver hacia abajo para ver la receta--Arroz a la mexicana.)

Era hijo de inmigrados que había logrado todas las ambiciones de su vida. Sin embargo, ignorando los consejos de su padre honrado pero pobre, usó cada ventaja de su educación y de su carisma—con un poco de intimidación y de tratos chuecos hechos en secreto, para enriquecer su bolcillo y ganarse la prominencia. Ella, cautivada por su elegancia y por la fuerza de su personalidad, se dejó llevar por él. Pero su madre vio algo en él detrás de ese exterior suave, algo más allá de aquella imagen muy bien cultivada del ciudadano recto: vio solamente la arrogancia y la rapacidad, que le causó olvidar la compasión y los bueno principios. En México cuando era joven, conoció a hombres que tenían la misma risa con la mirada de lobo. Se aprovechaban de las pequeñas vanidades de creadas y cocineras, echando piropos para atraerlas poco a poquito, hasta que como a los pajaritos, se hallaban atrapadas en una jaula de la desgracia y de la humillación. Tarde o temprano ese hombre tiraría a su preciosa hija como una basurita. Por favor, hija, no te vayas con ese cucuy de traje. “El Cucuy” se rió a carcajadas cuando oyó su nuevo apodo por la primera vez porque pensó que le quedaba tan bien como le quedaba la ropa de Armani. En cuanto a su hija, ya terca como una chiva, se fue sin decirle adiós.


No faltaba más, pensó él, esa santurrona creía que era hombre malo. Eso no le importaba nada. Él tenía toda la confianza que eventualmente se ganaría a la mamá tan seguramente como pudo seducir a la hija. Pero en realidad, el que una vieja, pobretona pero respetable, lo viera por los suelos le rizaba mucho su plumaje de pavo real. Cuando ya la tendría comiendo de sus manos la ensenaría cómo mostrar un poco de respeto.


Lástima para él que nunca tuvo esa oportunidad, porque la hija de la pobretona por fin comprendió que ella era solamente un juguete para un hombre que le hizo saber muy claramente que no la quería nada, más sólo para divertirlo hasta el día que ya estuviera aburrido de ella. ¿Para qué piensas en tu precioso honor ahorita? Deberías haber pensado en eso antes que la hipócrita de tu madre te vendiera como una vaca de exhibición, le dijo con una sonricita torcida y cruel.


El próximo día ella le respondió con su partida.


Con sus maletas en la cajuela de su coche, se fue al extremo sur de la ciudad. Un lugar polvoriento con taquerías, tianguis, y vendedores que alinean las calles vendiendo largos racimos de chiles Nuevo México. Un lugar donde la gente lavan sus coches enfrente de sus jardines bebiendo cervezas, no champaña, mientras escuchan la música Norteña y del “Old School” de los años 70. Era un lugar donde ella jamás quería volver.


Estacionándose enfrente de una casa vieja de ladrillo que tenía un jardín de rosas y nopales, se fijó que su madre había plantado jitomates y chiles. Pronto haría una salsa bien picante que nadie podría dejar de comer. Un viejo árbol de mezquite proveía la única sombre contra el calor desértico de Arizona. Dentro de la casa oscura el aire acondicionado andaba soplando, pero en la cocina estaba haciendo un calor de los que no se aguantan. Ella olió el mole colorado que su madre había preparado para ese día. Luego la vio, su pequeña figura redonda friendo arroz con cebolla y ajo en un sartén ancho. Su madre la oyó cuando vino entrando por la puerta, pero hizo de cuenta que no la veía hasta que estaba a su lado. No volteó para mirarla.


Lo dejaste.”


Sí.”


Ahora poniendo el jitomate molido al arroz, lo comenzó a freírlo hasta que estaba un poco quemado.


Ya sabes que a mí nunca me gustó ese hombre.”


Ya lo sé.”


Su madre no la miró ni siquiera una vez, pero continuó cocinando. Fue un error venir aquí. No quiere tener nada que ver conmigo, pensó ella. Su vestido apretado se sentía incomodo en el calor sofocante. Su lengua estaba hinchada de sed. Las dos quedaron en el silencio por un minuto o dos.


Supongo que te quieres quedar aquí.” Ésta no puede ser mi hija, pensó su madre cuando se fijó en los tacones altísimos que tenia puestos. Parece que salió de una telenovela.


Solamente si me dejas,” respondió con una humildad que contrastaba con su apariencia. “Pero aunque no me dejes regresar, jamás volveré a ese lugar.”


Su madre escuchó una dureza en su voz que la sorprendió y le hizo vacilar, pero no dijo ni media palabra mientras que echó el caldo de pollo al arroz. Arriba del ruido del liquido cayendo contra el sartén caliente, por fin su madre le exigió, “¿Y qué llevas en esas maletas—toda la basura que te regaló ese sinvergüenza?”


Nada, sólo mi dignidad,” le contestó escuchándose a sí misma como si fuera otra persona. “Sólo mi dignidad,” repitió como autómata. Realizó que aún andaba cargando sus maletas, agarrándolas tan apretadamente que le dolía los dedos y los brazos.


Finalmente su madre la miró a la cara por la primera vez desde que entró a la casa. Una sombra de pesar por haberle hablado tan bruscamente pasó sobre su rostro. Agachó la cabeza para limpiarse el sudor de la frente con la punta de su mandil. Cuando miró hacia arriba, encontró los ojos negros de su hija, tan parecidos a los de ella, y en ese instante hablaron en el lenguaje que sólo las madres e hijas pueden comprender—del alejamiento y de la reconciliación, del duelo y del perdón, de la desgracia y de la redención, de un amor que ningún hombre malo podía separar.


Mamá--.” Por fin dejó caer sus maletas al piso cuando le soltaron las lágrimas.


Hay muchas cosas que podemos aprender de nuestras mamás. Una de ellas es el poder identificar a un cucuy desde dos kilómetros. La otra es el aprender a cocinar el arroz a la mexicana para el día que lo prepares para alguien que de verdad le encanta tu comida—y a ti.


Arroz a la mexicana


(O, como hacer un arroz malo)


(Haz clic aquí para la versión imprimible de esta receta.)


Para hacer un arroz malo todo lo que necesitas es usar una olla o un sartén ligero de mala calidad con una tapadera floja. Pero, si quieres un buen arroz, usa una olla o un sartén ancho (preferido) y pesado de buena calidad con una tapadera bien ajustada. Enjuaga muchas veces el arroz hasta que el agua escurre bien claro. Sécalo con una toalla.


Lo que necesitas:


1 ½ taza de arroz blanco de grano largo


2/3 taza de cebolla tajada


Uno o dos dientes de ajo, picados


2 cucharadas de aceite


1 jitomate grande, el más jugoso que puedes encontrar; O, una lata de salsa de tomate de 8 oz.; O, 2 tomates de lata con su jugo


Orégano seco a tu gusto


Comino a tu gusto


2 ½ tazas de caldo de pollo


Sal a tu gusto




Corta los jitomates en pedazos y hazlos puré en la licuadora. Luego enjuaga el arroz según las instrucciones citadas arriba. Calienta la olla o el sartén sobre el fuego, y cuando ya esté caliente, ponle el aceite. Cuando el aceite está bien caliente, por no humeando, ponle el arroz. Fría el arroz sobre fuego mediano hasta que quede dorado. Luego ponle la cebolla y el ajo. Siga friendo hasta que la cebolla esté transparente. Ahora ponle el puré de jitomate.


Sigue friendo el puré de jitomate hasta que los lados del sartén se pongan de un color dorado (“quemado”). Échale el caldo de pollo y hazlo hervir. Ahora ponle la tapadera y baja la lumbre a un fuego manso y ponlo a cocinar por unos 25 minutos.


Si después de los 25 minutos, el arroz todavía no está listo, pero está un poco seco, échale un poquito de agua bien caliente y tápalo. Espera unos minutos.


Variedad: Ponle media taza de guisantes o de zanahorias cocidas cortadas en tajadas al arroz cuando le pones el caldo de pollo

2 comments:

tartasacher said...

Hola La traductora:
Me alegro que te guste esta copa de helado tan apropiada para los más pequeñsos, con helados caseros mucho más rica. Un beso y gracias por tu visita. Este arroz y todo tu blog es sencillamente delicioso. Es un lujo estar por aquí.

La Negra said...

Hace tieeempo te visité, cuando apenas estaba descubriendo el mundo como escritora de blog. Cuando entraste en mi blog no sabía que con sólo darle click a tu nombre, eso me llevaba a tu blog, así que como verás son muchas las cosas que he aprendido y muchas las que aún tengo que aprender de estos menesteres. Hace pocas semanas abrí mi blog al público y me gustaría linkearte, porque me encantan tus historias aderezadas con comida, o tus comidas recreadas con historias. Esta, de madre e hija me encantó. Tú me dices.